miércoles, 14 de marzo de 2007

Mi primer día

Hoy ha sido mi primer día como camarero.

Tengo 19 años. Hoy es 25 de Julio. El día grande de las fiestas de mi pueblo. Y yo me he venido a trabajar desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la madrugada. Y me han pagado 5.000 pesetas. Por 18 horas de trabajo. Me siento explotado. Me duele todo; los brazos, las piernas, la espalda... Pero me hace falta el dinero. Porque soy muy cabezota, y estoy harto de que mis padres me echen en cara que me están manteniendo. Y porque aquí se gana dinero rápido. Me han pagado al terminar el servicio. Pero espero que el próximo día me paguen más. O al menos eso me ha comentado Carlos, mi vecino, que empezó en este restaurante hace un mes, y ya cobra 15.000 pesetas por esas 18 horas.

Yo nunca antes había trabajado de camarero, pero en el Mesón de la Pastora cogen a cualquiera sin experiencia. Es un restaurante especializado en bodas, con 10 salones, que siempre están llenos en verano. Por eso necesitan personal. Porque la gente dura muy poco, y acaba marcándose al poco tiempo.

LLegué a las 10 en punto. Había más de 30 personas. Todos con pinta de ser camareros. Todos con pinta de ser de la casa. Yo me sentía fuera de lugar, no conocía a nadie... Afortunadamente, el maitre, Calvete, me preguntó si era el nuevo, y me llevó con él a un salón vacío, para explicarme cómo se trabajaba en el Mesón de la Pastora. Cómo se utilizaban las pinzas (cuchara y tenedor) para servir. Cómo se montaban los salones. Para qué servía cada cubierto, cada plato... me enseñó las instalaciones... y así se me pasaron dos horas. A las 12 nos llamaron para comer. A cambiarse de ropa. Y a trabajar.

Yo todavía no había asimilado toda la información que me había intentado inculcar Calvete (para ser sinceros, ni la mitad...) cuando empezaron a llegar los invitados al salón que me asignaron. Una comunión. Tuvimos que servir el aperitivo. Hasta ahí todo bien. Solo tenía que llevar platos de frituras y fiambres a unas mesas, y estar pendiente de que nunca faltasen bebidas. Pero luego llegó el momento de servir la comida. Afortunadamente, Jose librero, el encargado de ese salón, se portó muy bien conmigo. Solo me mandó estar pendiente de las bebidas en las mesas, y de repetir el pan. Y de ayudar a retirar los platos. A las 5 de la tarde ya no sentía el brazo. Me hormigueaba mucho, y empezaba a tirarme la espalda.

A las 8 se fueron los invitados, pero había que recoger a toda prisa, porque a las 10 entraba una boda en el mismo salón. Con lo cual tuvimos que montar rapidísimo. Yo no sabía ni dónde coger los platos, ni los cubiertos... simplemente iba detrás de los demás, y cogía de lo que cogían los demás...

Tras acabar de montar el salón ya tenía las rodillas chirriando, la espalda me daba calambres desde la rabadilla hasta el cuello, sudaba mucho, y el brazo no dejaba de dolerme, de tanto cargar platos, botellas... Y empezaron a entrar los invitados. Así que yo seguí con lo mío. Bebida en las mesas, repasar el pan (casi se me cayó la bandeja en más de una ocasión, a causa del temblor extremo que tenía en el brazo) y ayudar a recoger.

En cuanto empezó la barra libre, Jose librero me mandó a cenar. Por fin, desde las 12 de la mañana pude sentarme. Pero solo tenía media hora. Cené algo rápido, un café, un par de pitillos, y vuelta al salón. A retirar el servicio de café de las mesas. Eran las 2 de la mañana.

En cuanto terminé de retirar todo el servicio de café (más de 200 invitados), Jose librero me mandó a la cocina, a repasar la cubertería. Dos horas. De pie, enfrente a una cubeta llena de cubiertos, que había que secar, ordenar, y guardar en su sitio.

A las 4 de la mañana terminamos, y fuimos al vestuario a cambiarnos. Yo ya no sentía mi cuerpo. Cuando recogí el sobre con la paga, se me debió quedar cara de tonto. Debí decirle con la mirada a Roberto, el jefe, que los tiempos de la esclavitud ya habían pasado, que ya estaba bien de explotar a gente por cuatro duros, que aquello tenía que saberlo un inspector de trabajo... o más bien debí darle pena. O seguramente le hacía falta personal. Porque me dijo que lo había hecho muy bien. Que me llamaría para el fin de semana siguiente.

Mi primer sueldo; 5.000 pesetas. Por 18 horas de trabajo duro. Así empezó todo.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Yo no soy camarero

Me llamo Jose. Tengo 29 años. No soy camarero, aunque llevo ejerciendo la profesión desde hace 10 años. Yo no soy camarero, llevo platos de la cocina a la mesa.
Empecé en esta profesión por casualidad, y porque necesitaba pasta. Y porque en este puto país todavía pensamos que para la hostelería, cualquiera vale. Y además se paga muy mal. Pero en efectivo.
Cuando estuve en Londres me di cuenta de que allí ser camarero está muy bien considerado. Es un trabajo digno, mucho más digno que otros. Pero aquí no. Para camarero, cualquiera vale. Y claro. Así nos va. Así les va a los chavales y chavalas que salen con toda su ilusión de las escuelas de hostelería de nuestro país. Se dan de bruces con el asqueroso sistema laboral que lleva instaurado años. Para hostelería cualquiera vale.
Empecé en esto a los 19 años, en un restaurante de banquetes. Currando jornadas de 18 horas seguidas. Varios días seguidos. Por un mísero puñado de euros (aunque cuando empecé todavía cobraba en pesetas)
Con el tiempo, cambié de trabajos, fui mejorando, ascendiendo, empeorando...
Ahora soy segundo maitre en un hotel. No vivo mal. Pero podría vivir mejor si hubiese conseguido dejarlo a tiempo.
Sin embargo, la hostelería me ha dado una vida llena de aventuras, desventuras, amores, emociones, y anécdotas que no cambiaría por nada del mundo.
Y aquí estoy yo, para contároslas.

El camarero de sala.